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Septuagésima y el significado de Cuaresma


E

l pasado domingo 16 del corriente, hemos entrado en el tiempo de Septuagésima. Por cierto, muchas de las personas desconocen acerca de este tema en la mayoría de las parroquias. Inclusive, hay sacerdotes que tampoco saben su significado. Este día ha pasado como el Sexto Domingo de tiempo ordinario. Sin embargo, es importante recordar a los fieles de la Iglesia, la importancia de este tiempo para poder entender mejor la Cuaresma que está por empezar.




La palabra septuagésima viene del latín y significa setenta. El domingo siguiente tenía por nombre “sexagésima” que significa sesenta. Así tenemos “quincuagésima” y cuaresma que quieren decir cincuenta y cuarenta, respectivamente. Hay mucha discusión y, también, confusión entre los científicos sobre el tema del porqué de estos nombres. Pero creo que estas distinciones tienen algo que enseñarnos en nuestros días.
La Pascua es la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, lo que llamamos hoy en día, el Misterio Pascual. Nuestra participación en el Misterio Pascual se da a través de los Ritos de Iniciación a la vida cristiana, los cuales consisten en tres sacramentos: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Desde el origen de la fiesta de la Pascua, la Iglesia introdujo a los neófitos en el cuerpo místico en la noche de la Vigilia Pascual; “madre de todas las vigilias” (S. Agustino, Sermón 219).


En esta fiesta tan importante para la Iglesia y sus Miembros, había una preparación fundamental. Esta preparación, ciertamente, incluyó la práctica de las virtudes cristianas, pero es también cierto que era un tiempo más bien de catequesis, tanto para los neófitos como también para los ya iniciados. Es la haggadah del nuevo pueblo de Dios salvados de cada tribu y nación:
“Acuérdate de los tiempos antiguos, considera los años de muchas generaciones; pregunta a tu padre, y él te declarará; a tus ancianos, y ellos te dirán. Cuando el Altísimo hizo heredar a las naciones, cuando hizo dividir a los hijos de los hombres, estableció los límites de los pueblos según el número de los hijos de Israel. Porque la porción de Yahvé es su pueblo; Jacob la heredad que le tocó. (Deut. 32:7-9)”.
El tiempo de preparación para la Pascua es un tiempo dedicado al enriquecimiento y a la profundización de nuestra fe. Es un período dedicado a “hacer memoria” de todos las “Maravillas del Señor”. En consecuencia, no podemos decir que este tiempo de preparación es un tiempo de penitencia, con exclusividad y primacía. Es cierto que es un momento propicio para la penitencia, pero secundariamente, pues, de manera trascendental, es un tiempo de alegría y regocijo en el Señor, tiempo de contemplación del gran amor que Él tiene hacia con sus Hijos. Después de conocer a Dios, vemos nuestras miserias, nuestras culpas y el salario del pecado, que es la muerte.
Cuando escuchamos o leemos los textos de la oración de la Iglesia, sea en sus misas como en su Liturgia de las Horas, es evidente que lejos de ser un predendum o pedazo pegado a la Cuaresma, Septuagésima es el verdadero contexto de la Cuaresma, es decir, lo que le da sentido. La Septuagésima no es parte de la Cuaresma, sino que la Cuaresma es parte de esta.
Antiguamente, el Oficio de las Lecturas (Maitines) de Septuagésima empieza con la creación (el principio) y va hasta el nacimiento de Noé. Sexagésima está dedicada a la historia del diluvio y termina con el nacimiento de Abraham. Quincuagésima cuenta la historia de Abraham y la promesa de la tierra santa, símbolo del Reino de Dios, la Ciudad Celestial.
Con la llegada de la Cuaresma, en los libros litúrgicos, no se continúa explícitamente a la historia. Sin embargo, el segundo domingo de Cuaresma, se retorna con el relato del Génesis en la historia de Jacob, nombrado Israel por Dios mismo, como Padre de las doce tribus del Pueblo de Dios. Es lógico entonces antiguamente que este domingo tenga el nombre de trigésima o treinta. El domingo siguiente, vicésima (Veinte), la Iglesia escucha la historia de Joseph, el primero de los hijos de Jacob de entrar en Egipto, vendido inocentemente, como Jesús, a la esclavitud del pecado. El último domingo, el cuarto de Cuaresma, se habla de Moisés, y se narra la historia de la zarza ardiente. Allí el Señor dice:
“Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del perezeo, del jeveo y del jebuseo. El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen.” (Ex. 3:7-9).
El famoso Liturgista, Dom Prospero Guéranger, el autor de la restauración de la Orden Benedictina en Francia y un amante sabio de la liturgia habla de esto tiempo en la misma manera. Él nos enseña:
“De acuerdo con la antigua tradición cristiana, la duración del mismo mundo se divide en siete edades. La raza humana debe pasar por siete edades antes del amanecer del Día de la vida eterna. La primera Edad incluido el tiempo transcurrido desde la creación de Adán a Noé, y la segunda comienza con Noé y la renovación de la tierra por el diluvio, y termina con la vocación de Abraham, y el tercero se abre con esta primera formación del pueblo escogido de Dios, y continúa en lo que Moisés, por medio de quien Dios dio la Ley, y el cuarto consiste en el período entre Moisés y David, en quien la casa de Judá recibió el poder real, y el quinto está formado por los años que pasaron entre el reino y el de David el cautividad de Babilonia, inclusive; la sexta fecha a partir del regreso de los Judíos a Jerusalén, y nos lleva en cuanto al nacimiento de nuestro Salvador. Entonces, finalmente, llega la séptima edad, que comienza con la salida de este misericordioso Redentor, el Sol de Justicia, y que ha de continuar hasta la acuñación temor del Juez de los vivos y los muertos. Estas son las siete grandes divisiones de tiempo, después de la cual, la Eternidad.” (L'Année Liturgique 4).



Finalmente, tenemos los dos domingos de la Pasión, conservados por la liturgia de hoy. Los mismos representan, de modo particular, la vida de Jesús, en boca de Jeremías, quien vivió durante la época de la destrucción de Jerusalén.  Esta primera destrucción de Jerusalén era una imagen para la segunda destrucción que Jesús predecía y por la cual lloró:
“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor.” (Mat. 23:37-39).
El empezar tarde nuestra preparación para la Pascua o sin la debida diligencia, sería como querer ir al cine, pero llegar tarde al mismo. Por supuesto que, empezar con la Cuaresma no más, se estaría llegando en el medio de una historia, y por lo cual, es altamente posible que se pierda el hilo de la misma. Pasa lo mismo con los cristianos quienes se proponen recibir la Pascua, pero que durante el tiempo de Cuaresma, no viven la esencia de la misma como deberían vivirla, o la reducen única y exclusivamente a un tiempo de penitencia sin la preparación en la fe que debe vivificar las prácticas de penitencia.
¿Cómo es, entonces, que se habla del tiempo de Cuaresma como tiempo de  penitencia? ¿Qué motivó a este cambio de percepción  con respecto a la manera como se concibe la Cuaresma? En los Miércoles de Cenizas solemos escuchar en la oración colecta lo siguiente: “Señor nuestro, concédenos iniciar con el santo ayuno cuaresmal un camino de verdadera conversión, y afrontar con la penitencia la lucha contra el espíritu del mal.” ¿Se equivoca, acaso, la liturgia en un momento tan importante? Por supuesto que no. Se ha cambiado, simplemente, la interpretación que tenemos en torno a la cuestión.
El texto litúrgico más antiguo para la Cuaresma en el rito romano es el “Sacramentario Gelesiano”. Es un misal de la mitad del siglo octavo. Este libro es el misal más antiguo del rito romano. Allí se encuentra la Septuagésima. Después del domingo de Quincuagésima se encuentre “Ordo Agentibus publicam paenitenciam” (orden para los que hacen penitencia pública). Después presenta la misa de miércoles con la oración que citamos más arriba. Sin duda alguna, el ritual de imponer cenizas y la misa de penitentes públicos, no están dirigidos a todos los fieles en la Iglesia. Se dirigen, más bien, a los pecadores de crímenes públicos que quieren reintegrarse a la Iglesia y comulgar en la Pascua. Para estas personas, la Cuaresma es un tiempo de penitencia, y la Iglesia les anima con el Evangelio del domingo siguiente, relatando la historia del ayuno de Jesús durante cuarenta días y las tentaciones sufridas y vencidas en el desierto.
No obstante, no puede ser mal visto que las personas que no sean penitentes públicos ayunen. Así, el ayuno ha pasado a ser una ley universal para todos los cristianos de la Iglesia.
El Concilio Vaticano II nos pide una gran reforma: recubrir de nuevo el sentido y la esencia de la Vigilia Pascual como festival de los neófitos. Ya el Papa Pio XII dispuso que la Vigilia se celebrara de noche (antes se celebraba a las dos de la tarde). Así también, estimula a que la Iglesia busque nuevamente los bautismos durante la Vigilia.
Además, la ley vigente en la Iglesia no obliga más al ayuno durante la Cuaresma; simplemente, nos pide ayunar el Miércoles de Cenizas y el Viernes Santo, es decir, sólo dos veces. La verdad es que en Roma, antes de la práctica del ayuno durante la Cuaresma, la costumbre era la de ayunar solamente durante el Triduo Pascual (el Jueves, Viernes y Sábado Santos antes del Domingo de Pascua). Con la nueva legislación, volvimos a una práctica mucho más remota,  que no tiene vinculación con los penitentes públicos (quienes fueron siempre recibidos de nuevo en la Iglesia el Jueves Santo, un día de fiesta, y no de ayuno).



De todo esto, es importante recalcar a los fieles católicos que debemos volver a revivir el espíritu y la esencia característica de la Septuagésima. El tiempo de preparación para la Pascua tiene que ser, verdaderamente, tiempo de meditación sobre nuestra Fe, la historia de la salvación, y la vida de Jesucristo. Sólo con un profundo conocimiento de las verdades de nuestra fe podremos, realmente, celebrar con gozo la Pascua.

¡Que tenga una Feliz Pascua!

Mons. Dr. Dominic Carey

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